A pesar de que los algoritmos de las redes sociales nos exponen más a esas voces jóvenes que expresan su desagrado cuando una película incluye una escena sexual, no hay realmente un rechazo de las nuevas generaciones al cine erótico no pornográfico (sí que hay algoritmos que quieren que reacciones para que te quedes en la plataforma). La mayor prueba es que unos pocos trabajos de este género sacado en los últimos años acaban arrasando cuando pasan por plataformas.
Suelen ser, eso sí, películas de artesanía muy pobre, casi bordeando el profesionalismo de la pornografía light que a esos sexythrillers de los noventa que algunos tanto añoramos. Porque, incluso siendo incorrectos (o precisamente por serlo), acaban siendo trepidantes entretenimientos que remueven adecuadamente al espectador. Los tiempos, eso sí, marcan una necesidad de deconstrucción que trata de seguir ‘Babygirl’.
Quién es la jefa
Nicole Kidman protagoniza esta exploración del deseo, el poder y la dominación más viscerales en un contexto corporativo, cogiendo un planteamiento reconocible pero buscando giros interesantes que darle. Con Harris Dickinson y Antonio Banderas en el reparto, y Halina Reijn dirigiendo y escribiendo, la película ya se puede ver en streaming a través de Movistar+.
Convertida en ejecutiva de alto éxito, prestigio y hasta popularidad, Romy intenta encontrar algo que la excite sexualmente al no encontrarlo en casa. Su respuesta aparece inesperadamente cuando se le asigna un joven y atractivo becario, que no sólo parece dispuesto a tener una aventura extralaboral y extramatrimonial con ella sino que la incita a tomar un rol sumiso cuando están en la intimidad.
Con este punto de partida, Reijn busca dar una vuelta a las dinámicas de poder tanto en relaciones laborales como en las pasionales. Su marco es el de un sexythriller de antaño, pero menos interesada en su parte explotativa y más en dejar dardos que señalen ideas complicadas sobre el deseo mientras subvierte expectativas sobre roles de género.
‘Babygirl’: prioridades confusas
Todo tiene muy buena intención, aunque menos claridad sobre qué se quiere dinamitar en cuanto a convenciones, además de tener poco claro como hacerlo. A su favor está el intento de crear imágenes reconocibles en las interacciones entre Dickinson y Kidman, como ese tanteo con un vaso de leche que es su fotograma de referencia, pero son chispazos que son lo más cerca que tiene la película hacia tener algo de energía.
Resulta irónico sus críticas a los robóticos comportamientos de su protagonista y del corporativismo en una película tan anclada en cierta tibieza. Termina no consiguiendo nada provocador ni tentador, especialmente cuando intenta convencernos de que Banderas es el marido desapasionado que no es capaz de satisfacer a su esposa. Demasiado desbarres para una película que se ve a sí misma como renovadora.
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Cómo se vuelve sensual un vaso de leche. Acaba de estrenarse en streaming el último bombazo del cine erótico
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Pedro Gallego
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